viernes, 1 de agosto de 2008

Streap teese en Londres

Se encontraba Pepe disfrutando de la tranquilidad de la colina mágica cuando vio llegar a lo lejos el coche de su amigo Fernando que lo visitaba alguna que otra vez.

Estacionó el coche al pie de la colina y subió lentamente la cuesta hasta llegar a la casa de Pepe.

-Hola, amigo, ¿cómo estás?

-Bien, un poco cansado, pues he estado cultivando la tierra todos estos días.

Pepe invitó a su amigo a una copa de ron y a un enyesque de pejines asados.

-¿Qué se cuenta, Fernando?

-Acabo de llegar de Londres y vengo asombrado de cómo es esa gran capital.

-¿Y qué fue lo que más te llamó la atención?

-Visité tantos sitios bonitos e interesantes...Estuve en El Museo de Historia Natural, el Museo de Londres, el Hyde Park, Las Casas del Parlamento, Picadilly Circus, la Plaza de Trafalgar...

-Qué bien, amigo. Yo estuve también en Londres cuando representaba a mi padre en los negocios de tomates. ¡Había cada mujer!

-Bueno, ni te cuento. Una noche estaba aburrido en el Regent Hotel, en Picadilly, cuando se me ocurrió dar un vuelta. De pronto vi un bar y entré a tomarme una copa de coñac. Me sorprendió que sirvieran poquito. La casualidad que el camarero era español y le pregunté:

-Perdone, ¿cómo es que sirven tan poco?

-Como verá hay un dosificador y eso es lo que está establecido.

-Póngamelo doble, eso es lo que me sirve Peregrino en La Aldea.

Seguí paseando hasta que vi un anuncio de un espectáculo de streap teese de una pareja con terminación feliz.

-Me picó la curiosidad y entré al local bajando unas escaleras interminables. Pagué diez libras por la entrada y me senté en una mesa. Obsevé a unos cuantos señores que miraban ansiosos al escenario. Los camareros iban y venían. Me sorprendió que algunas personas se levantaban y se marchaban, aun sin empezar la sesión.

-Yo me quedé sorprendido y me preguntaba que cómo salían sin ver el espectáculo.

Al poco tiempo se aproximó un camarero y me espetó:

-Antes de que empiece el espectáculo debe usted consumir una copa.

-¿Cuánto cuesta esa consumición?

- Diez libras.

-¿Cómo? Eso es una exageración.

Al fin acepté con tal de ver algo que jamás habían percibido mis ojos.

Al rato regresó el camarero y me dijo:

-Señor, para poder ver el espectáculo debe consumir algo más.

-¿Cuánto cuesta esta vez?

-Veinte libras.

-Esto es un robo. Me marcho y avisaré a la policía.

Salí corriendo y los camareros detrás amenazándome con matarme.

-¿Denunciaste el hecho a la policía, Fernando?

-Quita, muchacho. Hablé con ellos, les conté el caso y me preguntaron.

-¿Cuánto le estafaron?

-Unas veinte libras.

-Agradezca usted, Señor, que no le quitaran más . Ha habido gente que ha perdido miles de libras y no sacaron nada con reclamar.

-Ay, Fernando, ¡lo que tiene uno que escuchar! No existe la formalidad, ni la decencia.

Y así pasaron la tarde los dos amigos charlando hasta que Fernando tuvo que despedirse para que no le cogiera la noche en la carretera.

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