jueves, 7 de agosto de 2008
¿Leche o té?
A las once de la noche las enfermeras pasan por las habitaciones a invitar a una taza de leche o a una de té.
La enfermera, una señora de unos treinta y cinco o cuarenta años, morena y de ojos negros muy grandes, se acercó a Pancho y le movió un poco, para despertarlo.
-¿Cómo te encuentras?- le preguntó, inclinándose hasta vérsele sus diminutos pechos. Casi no tenía, sólo se le veían unos grandes rosetones negros adornados con unos preciosos pezones.
Pancho se quedó encandilado por ese diminuto, pero gratificante presente que le regalaba a esas horas de la noche.
-Muy bien señorita, gracias- contestó al mismo tiempo que se puso colorado, puesto que ella se percató de la atención que ponía en sus pechos.
-Francisco, ¿qué prefieres, leche o té?
-Una taza de leche, por favor.
Ella se retiró dándole un apretoncito en la mano de cariño y de ánimo, pues le veía en muy mal estado.
Al poco rato ella se presentó con una bandeja con la taza de leche y con unas galletas.
-Aquí tienes, Francisco. -Buen provecho- e inclinándose le estiró la sábama, con lo que le deleitó de nuevo con la visión de sus encantos.
-Cuando termine de atender a todos los pacientes, vendré a ver si todo te va bien, al mismo tiempo te acompañaré un rato, Francisco.
Pasó una hora o dos cuando entró en la habitación la enfermera y le preguntó:
-¿Qué tal, como te va?
-Bien, señorita. Muchas gracias por venir a acompañarme, aunque sean sólo unos minutos.
La enfermera se sentó en la cama a su lado y tomándole de la mano le hablaba suave y dulcemente.
Pancho le fue contando lo que le había pasado. De los ojos de la enfermera se desprendía mucho amor y compasión por el enfermo.
Así estuvieron un buen rato hasta que la enfermera se despidió.
Está demás decir que Pancho soñó con ella. Dieron juntos relajantes paseos a orillas de la costa, pasó el tiempo hablando y mirando dentro de sus corazones . Ya al anochecer, debajo de unas frondosas palmeras a orillas del lago encantado soñaron y realizaron un vuelo mágico hasta dejar atrás las últims estrellas del inmenso e incomensurable universo.
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