jueves, 31 de julio de 2008

Chonis en el bar de Yoyo


Terminaba la década de los cincuenta, o principios de los sesenta, La Aldea era un pueblo tranquilo, donde todos los aldeanos pasaban los días sin grandes novedades y sin que nadie alterara su vida cotidina.

Era una tarde fresquita de mayo cuando un hecho relevante fue a darle un sabor extraordinario al pueblo, mejor dicho, al centro del pueblo, a la Plaza y a la Placeta.

Corrió de boca en boca que algunos chonis se habían aposentado en el bar de Yoyo.

Yoyo era una persona muy querida, por su afabilidad y bonhomía. Había habilitado una habitación, que daba a la calle, como bar que regentaba su hijo Pepito.

Todos los niños y muchachos de la zona nos acercamos al bar prestos a observar a los primeros gringos que llegaban al pueblo.

Había un ambiente festivo, tomaban alegremente sus cervezas y comían los enyesques que le preparaban con esmero.

Como la gente se arremolinaba en la entrada y a fuerza de empujones iban pasando hacia el interior, Yoyo los iba invitando a salir a casi todos. Conmigo hacía una excepción, no en vano era su pariente. Por lo tanto, me gocé en primera fila la fiesta que tenía lugar en el bar.

Yo me quedaba absorto observando los lindos ojos verdes de aquellas preciosas mujeres, sus grandes pechos que pugnaban por escaparse de los sostenes. Hermosas mujeres de pelo rubio y de piel tostada pòr el sol.

Les acompañaban unos hombres que no nos llamaban mucho la atención, sólo que bebían una cerveza tras otra.

Por fuera se hacían cábalas:

-Son suecas, ¿no ves lo rubias que son? -comentaba uno.

-No, son alemanas, ¿no te das cuenta que tienen unos pechos enormes?

-Yo creo que son ingleses, pues hablan en ese idioma.

Mientras tanto, yo estaba perplejo escuchándolos hablar en una lengua desconocida para mí.

Por sus gestos, por los movimientos de las manos, por sus carcajadas yo iba interpretando todo lo que se cocía en el bar.

Cuando se pusieron a cantar canciones en su idioma, ya fue el entusiasmo general. Se tarareaban sus melodías, se daban palmas y se aplaudía al terminar.

Así continuó la fiesta en el bar de Yoyo. Los espectadores no nos íbamos, todo nos parecía extraordinario. Queríamos que siguiera el espectáculo horas y horas, no nos importaba que se quedaran días o meses.

Lamentablemente, llegó el momento de marcharse. Se levantaron y se despidieron animadamente de todos y nosotros fuimos bajando de la nube, hasta darnos cuenta que ya teníamos que vovler a la realidad del monótono transcurrir de los días dándole patadas a la pelota y jugando con los carros hechos a mano con cañas, ruedas de lata y algunas tablas de deshecho.

Ese hecho marcó mi vida en el sentido de dar importancia a los idiomas para poder relacionarme con gente de todos los países.

En el colegio estudiábamos francés, impartido por don Juan Sosa. El inglés llegaría poco tiempo después de la mano de don Rafael Marrero. Allí tomé mis primeras lecciones del idioma de Shakespeare, lecciones que nunca abandonaré mientras viva, pues los idiomas no se dejan nunca de aprender, ni de practicar.

Risco Redondo

Pepe en su colina mágica escuchaba la melodía del viento cuando éste rugía feroz e iba desgastando piedra a piedra su ermita erigida por los dioses hacía millones de años. Cuando el viento era suave, se detenía a escuchar la melodía al cruzar éste el cañaveral cercano. Los pájaros le daban un tono festivo a esa melodía, y le proporcionaban color.

En sus ratos libres cultivaba la tierra. Plantaba coles, rábanos, tomates, cebollas. Todo lo necesario para su subsistencia. También tenía unos cuantos árboles frutales: naranjeros, limoneros, perales, guayaberos, nispereros. Producía suficiente fruta para su abastecimiento personal.

Algunas veces, en los años buenos, tenía excedente de su producción frutera. Por lo tanto, tomaba su bicicleta, la cargaba de fruta y recorría el pueblo en busca de tiendas o particulares que le compraran la mercadería. Algunas tiendas y personas hacían trueque con él, con productos necesarios para Pepe, como café, azúcar, aceite, papas, gofio.

En una de estas bajadas obervó unas máquinas en las calles, éstas estaban patas arriba, llenas de piedras, zanjas, trabajadores que iban y venían. Pepe se aproximó a uno de ellos y le preguntó:

-Cristiano, ¿se puede saber qué está pasando en la calle? ¿Hubo algún terremoto?

-No, Pepito, estamos asfaltando las calles. Ya dejará de haber tanto polvo, ya las casas se mantendrán limpitas.

-Ah, eso está bien, ¿y de dónde sacan las piedras, del barranco?

- No, hombre, las del barranco no sirven, además son muy duras, estropearían las máquinas trituradoras.

-Entonces, ¿de dónde las sacan?

-De Risco Redondo- contestó el trabajador.

-Queeeeeeeeeee...¿De Risco Redondo?- No lo puedo creer.

Pepe salió corriendo raudo hacia el barranco, no quería mirar de lejos, quería verlo de primera mano, quería ver cómo era posible que hubieran puesto un dedo encima de ese icono de La Aldea.

Cuando estuvo cerca, elevó la vista y vio una horrible mutilación de su montaña. De ese risco que habían visto sus abuelos y los abuelos de sus abuelos.

No podía creer lo que estaba observando. La tristeza había anidado en su alma y lloraba a borbotones por su Risco Redondo. Pasaron horas y seguía allí con el alma encogida y regando el barranco con sus lágrimas.

Abrumado por pesimistas pensamientos miró hacia las montañas cercanas, hacia la Cueva del Mediodía, hacia la Montaña de los Cedros y exclamó:

-Menos mal que han dejado con vida el resto de montañas, los signos de identidad de Mi Aldea.

No obstante ese consuelo, Pepe se dirigió hacia el Ayuntamiento a tratar de buscar al responsable que dio la autorización de tal atrocidad.

Esperó en la puerta de la oficina del Alcalde hasta que le concedieron audiencia.

-Usted dira, Pepito- le inquirió el Alcalde.

-Verá, vi lo que han hecho con Risco Redondo. Eso no tiene perdón de Dios.

-Tranquilo, hombre, ese es el progreso. Desafortunadamente hubo que hacerlo. Y en el futuro verá otras acciones que no le van a gustar, pero la vida es así. Son órdenes que vienen desde arriba.

El pobre hombre no pudo articular palabra, salió cabizbajo, musitando:

-Todos están locos, yo no puedo entender lo que hacen, me marcho hacia mi colina.

Y desde entonces tiene una pena en el corazón por su Risco Redondo, que llevará con él hasta su muerte.

miércoles, 30 de julio de 2008

Esta no es mi vida


Me voy a volver más loco aún- gritó Pepe. -No hay nadie que me entienda.

Pepe llevaba recluido en la colina mágica durante tres años. De vez en cuando tomaba su bicicleta para bajar por lo montes hasta llegar a la costa, donde vivían sus hijos, nietos y hermanos.

Tuvo que traspasar montañas, con altos precipicios, cruzar grandes avenidas repletas de coches. La gente en la ciudad gritaba, corría y apenas se saludaba, sólo cruzaban unas breves palabras y ¡adiós!

Cuando entraba a la casa de su familia nadie le hacía caso. Su hijo estaba trabajando, cuando llegó a la casa, lo saludó y le dijo:

-Papá, lo siento, me voy a ver el partido de fútbol, pues me esperan unos amigos.

Los nietos estaban en el ordenador, no levantaban la vista, ni para comerse el bocadillo mientras escribían.

La nuera preparaba la cena, al mismo tiempo que veía una telenovela.

Pepe, pensativo, recordó los tiempos en que sus padres y hermanos se reunían a charlar, a contarse todas las incidencias del día. Cuando terminaban éstas, comentaban de política. No en vano su padre era un militante de izquierdas. Había que hablar en voz baja, pues gobernaba el General, un señor muy poderoso, el cual tenía ojos y oídos en todas partes.

A veces nos reuníamos a escuchar Radio Independiente (La Voz de Canarias Libre), la de Cubillo, que emitía desde Argel. En esas emisiones se criticaba la política nacional, la provincial y hasta la de los pueblos. Atacaba la represión de la Benemérita, al alcalde, al cura y a los caciques locales.

Una vez mi padre organizó una fiesta cuando escuchamos por la radio que el Comité de Descolonización de la ONU había aceptado al MPAIAC como Movimiento de Liberación Africano, con el fin de conseguir la independencia de las Islas Canarias, pero todo fue una efímera ilusión. Debíamos seguir como una nota más dentro de la insufrible sinfonía que nos marcaba el paso a todos.

Todo terminó cuando el Ministerio del Interior emitió unas interferencias para que no pudiéramos escuchar la radio.

Desde entonces funcionó el boca a boca, que recorría toda la isla, cuando reprimían a algunos sindicalistas o detenían a alguno del PC, o que los cosecheros-exportadores tasaban la caja de tomates a 6 kg, en vez de los 20 Kg que reclamaban los agricultores. Más de uno fue detenido por esas reivindicaciones.

Fueron momentos de mucha unión familiar. Ya luego la familia se fue disgregando, llegaron las prisas, la tecnología, el pluriempleo. Llegó el egoísmo de vivir cada uno su vida, sin compartir con los demás miembros de la familia

Pepe no pudo soportar más esa indiferencia, tomó su bicicleta e inició el regreso a su colina mágica, a pesar de que eran las diez de la noche.