Hoy he tenido un encontronazo con otro ser tan imperfecto como yo. Nos acaloramos, discutimos y nos enojamos mucho.
¿Cómo es que llegamos a ese estado de inconsciencia, de perder la tranquilidad, la racionalidad y no poder resolver la disparidad de criterios sin llegar a esos términos?
Todo tiene un motivo: el querer tener razón a toda costa, el querer decir la última palabra, quizás el culpar al otro de nuestros males.
Cuando estemos en una situación tensa como ésa debemos pronunciar todas las veces que sea necesario la oración del peregrino: "Señor mío y Dios mío, ten misericordia de mí". De esa forma tomamos aire, nos tranquilizamos, priorizamos el amor y la estima por el otro. Así llegará la paz a nuestro corazón.
No queramos ganar en las discusiones o disputas, seamos humildes, de corazón generoso. Sembremos amor y recogeremos amor. No pensemos que el otro no tiene nunca la razón, que el otro es enemigo, no intentemos vencerlo con una o mil justificaciones.
Debemos buscar la tranquilidad de espíritu. No nos importe disculparnos, pedir perdón, explicar sin acritud nuestros puntos de vista, intentar que vuelvan las aguas al cauce del amor, de la comprensión.
Viviremos mucho más felices, con menos tensiones, preocupaciones y desamor.
La vida en amor y paz de espíritu es una vida de calidad. Vale la pena vivirla. La otra es la muerte del espíritu, el veneno en nuestra mente y la hiel en nuestro corazón.
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