La estancia en la Clínica se prolongaba más tiempo del que Pancho esperaba. Él se encontraba bastante mal, con muchos dolores y todo el cuerpo ya hinchado como un globo.
Los compañeros de su trabajo lo iban a visitar. Él se daba cuenta por sus caras que no le encontraban nada bien.
Una vez que se marcharon se miró al espejo y se asustó al verse. Tenía llagas en la cara, demacrado y con muy mal aspecto.
Cuando llevaba cinco días ingresado el doctor Regalado le visitó para despedirse:
-Me marcho a EE UU a un congreso, estaré en ese país una semana, en mi ausencia me sustituirá el doctor Rebollo. Luego volveré a atenderle yo- dijo el doctor.
-No se preocupe- le contestó- cuando regrese ya estaré en mi casa.
-Ojalá- comentó el médico.
Pasaban los días y en vez de mejorar iba empeorando cada vez más.
El nuevo doctor seguía realizándole nuevas pruebas, pero no podía aún diagnosticar de qué enfermedad se trataba. Una vez le dijo a la familia que él creía que tenía sida, según los síntomas, y los resultados de la analítica.
Como Pancho escuchó el comentario del médico, cada noche se tomaba sus orines, que cuidosamente iba depositando en una botella, pues había leído que era un buen remedio para esa enfermedad.
Algunas veces le visitaron varios médicos, los cuales iban emitiendo su opinión de la patología que le aquejaba. No coincidían unos con otros.
Un día se presentó el doctor Rebollo y pidió hablar en privado con la esposa de Pancho.
-Señora, siento decirle que su esposo se encuentra muy mal. Vayan esperando lo peor. No creo que dure mucho ya.
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