sábado, 9 de agosto de 2008

Los que esperan


Ahí está -¿cómo no verlo, cuando cae la tarde?- el hombre que espera. La mujer, con el niño en brazos, que espera. El anciano, con el tiempo sobre sus hombros, que espera. El señor del maletín y de los zapatos recién lustrados, que espera. La muchacha que se puso hermosa este día, que espera. ¡Y cómo esperan! Han esperado siempre, a pesar de lo que digan los que nunca han esperado, "que no pueden esperar". ¡Pero sí esperan, esperan todavía, seguirán esperando, ahí, en las esquinas, a la ciudad nueva tantas veces prometida, que nunca llegó!

Ya no son paraderos donde esperan. Llamémoslos de una vez por todas "esperaderos", salas de espera abiertas, en plena calle, al descampado. Las nubes pasan sobre sus cabezas, y ellos todavía ahí, esperando, jirones de vida efímera. Pasan los autos veloces, pasan los perros, pasan los días, pasan los gobiernos, pasan las noticias, y ellos esperan. ¡Cómo pasan frenéticos los helicópteros en el cielo, para vigilar las Cumbres de los presidentes, que no soportan esperar a sus pares ni media hora! ¡Cómo pasan los pájaros y las polillas, mientras ellos no pueden moverse de ahí, náufragos en paraderos, islas abandonadas en un mar de promesas!

¡Cómo pasa todo, cómo se va la vida, la belleza de la muchacha que se puso hermosa, cómo se viene la muerte del anciano, cómo se pierde la venta de los calcetines que lleva en su maleta el vendedor, por esperar! ¡Cómo se vacían las miradas de los que esperan, hasta volverse neutras, vacías, al caer la tarde!

¿Y qué esperan? Si les preguntaras, tal vez ya no sabrían decirte qué esperan. De tanto esperar, perdieron la ilusión, incluso la esperanza. Y entonces se pusieron a esperar sin objeto, a esperar solamente, como quien espera nada, ¡como quien espera la muerte!

¡Pero no puede ser que esperen tanto! -te dices, tú que avanzas raudo y ves a los mismos esperar en el mismo lugar, una hora y otra hora-. No puede ser que esperen al alba, al mediodía, al crepúsculo, bajo la lluvia o el sol, un jueves, un lunes, un domingo impune! ¡No puede ser! ¡No puede ser! Un coro griego diría con furia: "¡No puede ser!".

Pero sí puede ser. Ya pudo ser. La tragedia los pilló desnudos, solos, víctimas propiciatorias del gran sacrificio. Los hicieron esperar, y esperaron, y de tanto esperar se les armó una paciencia inédita, se armaron de paciencia hasta los huesos, y se fueron gastando en la paciencia sin límite. Y ahora callan, y esperan. Ya no lloran, no gritan, no patean, no dicen que esperan. Sólo esperan, nada más, como si esperar fuera el único verbo de sus vidas, vidas sin sujeto, habitantes varados ahí en los paraderos de nuestra ciudad.

¿Habitantes, dijiste? ¡Por favor! Di lo que son de verdad: "Esperantes", fantasmas de una espera más real que sus propias vidas.

"Que esperen un poquito más -dice un delegado del gran absurdo nacional-. Sólo un poquito más, y ya verán...". "¿Y cuánto habría que esperar, señor delegado?" "Hay que esperar, pues. De eso se trata, esperar hasta que duela".

Pero, ¿qué haremos con ellos cuando llegue lo esperado y ellos sigan esperando, sin moverse, como postes, como árboles secos, creyendo que hay que seguir esperando, porque sólo esperar saben? No podremos hacer nada. No habrá nada que hacer.

Porque las Godot esperadas ya no llegaron.¿Las Godot? Sí, así las llaman ahora (en homenaje a Beckett, el del teatro del absurdo, gran referente de nuestro Chilepaís, pues...). No las góndolas, no las micros, no las cuncunas, no: las Godot... Y una Godot que se precie de tal nunca llega, o no sería Godot. Así que a esperar se ha dicho, cierren los ojos y verán a una flota de Godot llegar desde el cielo sobre los paraderos vacíos, donde ya nadie -una vez conocida la verdad- esperará nada.

Cristián Warnken

Fuente:
El Mercurio


Las autoridades nunca se ponen en el lugar de los pobres, de los desvalidos, de los que sufren.

¿Alguna vez han visto al Ministro de Educación impartiendo clases a un grupo de cincuenta alumnos en una clase oscura, sin medios, con niños muertos de hambre? ¿Y a niños marginados de barrios marginados de grandes ciudades donde abunda el hambre, la droga, el alcoholismo, la prostitución y el hambre?

¿Alguna vez el Ministro de Economía se ha puesto a mal vivir con el sueldo mínimo durante un mes?

¿Y el Ministro del Interior se ha puesto en fila cinco horas para obtener su D.N.I. o su pasaporte?

Es muy fácil dirigir un país sin bajar a las capas más bajas de la sociedad para ver sus necesidades, sus prioridades y charlar con ellos para tratar de gobernar viendo su realidad.

¿Los ha visto usted? Yo no.

5 comentarios:

Marysol Salval dijo...

Es esa experiencia de "desesperanza aprehendida" (como le dicen los sociólogos) con la que nos encontramos cada vez que vemos a los necesitados, esa sensación de cansancio, de agotamiento y de frustración por seguir esperando que se cumplan promesas, anhelos y sueños.
Estupendo artículo, Juan, gracias por compartirlo.
un abrazo

Haideé Iglesias dijo...

Bueno, yo pienso que en algun momento de su vida han tenido que haber pasado por eso. Lo que va ocurriendo es que en el trayecto de subir se les fue olvidanado que fueron humanos, ya que ahora se creen dioses; no su culpa, nosotros estamos para algo, no para adorarlos, sino para ponerse en su sitio, osea funcionarios a sueldo que pagamos todos. Pero hasta de eso se quieren safar, al constituirse en autoridad por trabajar como asalariados del pueblo...las paradojas...
Compartiendo en el mundo, en armonia aunque tal como diserté hoy y aquí no lo parezca...

Juan Antonio dijo...

Muy cierto, Haideé, en un tiempo fueron parte del pueblo llano, pero una vez en su mesa de despacho y enriquecidos a costa del erario público, sólo velan por sus intereses particulares.

Creo que siempre hay honrosas excepciones de políticos que salieron con lo mismo que entraron y se esmeraron por el bien común antes que del suyo en particular.

¡Pero son los menos, lamentablemente!

Un abrazo y gracias por tu visita.

Catalina Zentner Levin dijo...

Quien llegó a lo alto se encierra en una burbuja que le impide mirar más allá de sus narices. Un poco por conveniencia, otro porque es más fácil mirar lo agradable.

Subir a tu colina es un viaje hacia el pensamiento solidario.

Saludos,

Dejame que te cuente dijo...

y no los veras nunca...
Cuanto mas poder...emnos empatia..
Empatia...divina palabra que remediaria en buena parte los problemas de este mundo..
precioso texto...
un saludo...